Y al final lo que buscamos es simple y complejamente
esta unión que nos lleva a pensar que somos únicos e irrepetibles.
Esa pieza que nos haga sentir la llama del sol
en nuestro pecho cada mañana,
esa luz que nos da el aliento necesario para levantarnos
un día tras otro aunque maldigamos el despertador.
Esa sensación de poder ser totalmente libres de las cárceles del amor
a la vez que dependemos de su agua para sentir que seguimos vivos,
que aún se nos eriza la piel con su tacto,
como quien pasa un hielo entre sensaciones dormidas
o quizás olvidadas.
Buscamos otra visión,
otro mundo posible distinto al que tenemos
pero que a la vez no cambie demasiado.
La dulzura de los gritos
y lo agradable del llanto.
El dolor del amor
y las bendiciones de los celos.
¡Qué caprichoso el amor!
Porque al final, es eso.
Encontrar en lo antagónico lo complementario
para poder aportar cada uno su imagen,
formando a la vez un maravilloso
cuadro en el que mostrar toda posible semejanza.
Gracias a Jorge Bernal Campos por su aportación con la imagen y las reflexiones.
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